Así que
aquí estoy, en el tren, camino a casa a seguir con la rutina del día, tratando
de aclarar un poco mi mente.
No todo
sale como uno quiere, eso está más claro que el agua… y quien diga lo contrario
miente como un bellaco. No hay negociación ni opción alguna. Es así. Una de
esas cosas que por más que uno quiere no se puede cambiar.
Destino,
lo llaman. Pero… ¿Qué es?
No más
que una excusa barata de echar las culpas de aquello que no nos molesta, nos
duele o simplemente no nos gusta.
Ese egoísmo del ser humano de nunca ser culpable de nada, la
“explicación” lógica que le dan cuando no quieren asumir culpas. Cobardes.
“¡El
destino hizo que nos conociéramos!” “Si
esto ha salido mal, ha sido por el destino. No era para mi”
Excusas
tontas y baratas que se inventa la gente.
No, si existiera algún tipo de destino, se lo
busca cada uno día a día. Llamemos destino a aquello que nos hemos ganado,
gracias a nuestro esfuerzo diario, a nuestra manera de ser y de pensar.
No lo
achatemos a la mala suerte, no a la buena, no a nada. Simplemente uno mismo.
Quien
se es, como se es, es lo que hace que nos pasen cosas determinadas cosas.
¿Qué
hay cosas que no se pueden controlar y también influyen? Es evidente.
El ser
humano no puede controlarlo todo, no puede ser dios y señor de aquello que le
rodea. Siempre habrá alguien que por un
motivo u otro influye, tanto positiva como negativamente, en nuestras vidas. Puede que no nos
guste, pero es así.
No
podemos evitar que la opinión de alguien importante, esa persona que te encanta,
te afecte o influya de una manera u otra. Aunque sea totalmente a la tuya,
aunque hagas lo contrario, siempre estará la cosa de que esa persona piensa
diferente.
En
fin…. Todo no se puede tener en esta vida…
La vida
en el tren es tan… extraña.
Al
pasar una parte de mi día a día en él, ves cosas de lo más interesantes,
extrañas…o quizá simplemente de lo más corrientes.
Amigos
o parejas suben, se sientan, hablan, ríen…o gente que viaja sola, leyendo,
escuchando música, mirando el paisaje o a los otros ocupantes del tren, o
escribiendo, como hago yo.
A veces
me gustaría saber que pasa por la mente del resto de personas que tengo
alrededor.
De esa
viejecita, que se sienta delante de su nieto, y le cuenta historias de su
juventud, ¡Cuantas cosas habrá vivido! Cuantos cambios, pesares y alegrías!
Quizá en su época fue una gran modelo de revistas, o música. O simplemente, ama de casa, feliz con
su marido, y su familia. O quizá por otra parte no, quizá tuvo que sufrir
mucho, y luchar para salir adelante. Una mujer fuerte, que luchaba y defendía
sus derechos de igualdad, como pocas en su época.
O
aquella chica con los cascos puestos, con la cabeza suavemente apoyada en la
ventana. Quizá también lo pasa mal, y
recuerda a ese amor no correspondido, o al hombre que en su opinión no podrá
nunca tener. O esa persona querida que ya no está con ella; O aquella otra que
intercambia miraditas con el chico de delante.
El
pequeño que mira ilusionado por la ventana, de pie en el asiento pegando
salitos y grititos a cada cosa que ve por la ventana. Los niños son ilusión e
inocencia pura. Nadie debería perderlos del todo.
Tantas
personas, y tantas historias. Tantas cosas habidas y por haber.
Quizá
hay alguna gran mente en una de esas cabezas, un gran medico, un músico, o
quizá un gran escritor de best sellers.
Nadie
debería decirnos nunca que algo no podemos hacerlo.
Somos
libres de hacer y decir lo que nos dé la gana,
Pero
recordando que una acción siempre conlleva consecuencias.
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